martes, 25 de marzo de 2014

Suarez

Muchos de los hipócritas que hoy se deshacen en alabanzas fueron los que  le hicieron la vida imposible y tuvo que dimitir para que no se pegaran y él  en medio.

Lo que no pudo es sobrevivir a él. Desde 1979, el PSOE, el Ejército, su propio partido y, sobre todo, el Rey, que pasó de padrino a enemigo, conspiraron incansablemente para echarlo del poder. Suárez estaba convencido de que sólo podían hacerlo mediante un golpe de Estado pero que ese golpe de Estado acabaría fatalmente con la democracia. Y entonces se produjo el segundo milagro, el más importante: el falangista Suárez, el que se definía como "un chusquero de la política", el que según el PSOE "pretendía entrar a lomos del caballo de Pavía en las Cortes," demostró, frente al Rey, los partidos y los poderes fácticos, que él sí creía en la soberanía nacional y en la democracia. Y dimitió, en sus propias palabras, "para que la democracia no fuera un paréntesis en la historia de España".

No lo fue, aunque el golpe contra Suárez, teledirigido, entre otros, por el Rey, ya no se podía parar. Pero en el lío del 23-F orquestado por el CESID se perdió la pista, si no de su valor físico ante los golpistas, que ha quedado grabado para siempre, sí del valor político ante el golpismo de Adolfo Suárez. Yo creo que hasta Suárez, en su andadura al frente de un nuevo partido, el CDS, perdió de vista su propio valor. No era un hombre de ideas, pero sí de valores. No mantuvo fidelidades pero sí lealtades. No fue un político genial, pero abordó con genio la tarea política más difícil del siglo XX: enterrar en libertades, en democracia, la Guerra Civil. Fue, sencillamente, un español de su tiempo, pero un buen español. Y nuestro tiempo, y la España que aún nos queda, le deben recuerdo y consideración.

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